Este siniestro personaje se paseo por todo el estadio
por varios días, tenia la cabeza cubierta por una bolsa
de papel que tenia dos orificios para mirar y sobre
estos orificios iban montados unos anteojos ópticos,
usaba un chaquetón de paño café claro, en otras
ocasiones los anteojos iban por debajo de la bolsa
de papel y un chaquetón de paño escocés, para dar
la sensación, que era una persona distinta.
El ser señalado con su dedo índice, por este siniestro
personaje, era sentencia de muerte, no sin antes
sufrir las más horrendas torturas, par obtener
información que fuera útil para los servicios de
inteligencia de la dictadura.
Fueron demasiados los desdichados hermanos
que fueron señalados y cada vez que aparecía,
sabíamos que la muerte lo acompañaba.
Fue tan grande el desconcierto, perplejidad y pavor que
este siniestro personaje provocaba, que luego de
conversar y discutirlo mucho entre nosotros, los presos
políticos, entendimos que se trataba de un plan
elaborado por los servicios de inteligencia.
Una estrategia para derrumbarnos definitivamente y
nuestra única posibilidad de lograr sobrevivir era
unirnos más férreamente y no seguir elucubrando
acerca de el encapuchado, ni seguir pensando en la
tortura durante todo el día.
Fue así que Vicente Sotta, se le ocurrió la brillante idea
de formar un coro, nos entusiasmamos mucho con el
coro, porque fue como una catarsis, como una limpieza
psicológica.
Ángel Cereceda Parra (Ángel Parra), fue uno de los
pocos que se opuso, aduciendo razones más
intelectuales.
"Creen que esta guevá es un clásico universitario, no
ven como nos están matando a nuestra gente y ustedes
se quieren poner a cantar".
Respetable su opinión, pero discutible.
Y fue así que ensayamos y ensayamos dentro de la
escotilla por varios días.
Cuando Vicente quien fue el gestor, creador y director,
estimó que ya éramos un coro.
Salimos en la tarde, a las graderías a cantar, sin previo
aviso "Yo soy un pobre diablo".
Cantamos como nunca lo habíamos hecho en nuestras
vidas, con una tremenda emoción y con el más grande
de los entusiasmos, con el pecho henchido de orgullo.
Cuando terminamos de cantar se paró todo el estadio
y nos ovacionaron, los aplausos y los bravos duraron por
largos segundos y la emoción por toda la tarde.
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